Manual del éxito y del empleado modelo





Aclaro por la controversia que ha traído este dibujo. Lo que está lamiendo el ente es un culo, y no unos cojones. Empezamos.


Manual del éxito y del empleado modelo:

Taylor necesitaba dinero, como cualquier otra persona, para cubrir sus necesidades básicas, o al menos intentarlo… Decidió buscar un empleo y encontró algo interesante: en una cadena de cosas que no cumplen más que los deseos del consumismo absurdo buscaban empleados; les va bien.

Como hormiguitas iban entrando el día de la entrevista, una a una. En sus rostros, la única sonrisa que se puede tener cuando es tu cuarta entrevista esta semana, de plástico. Empieza la carrera por el empleado modelo. Taylor nunca se daba por vencida, siempre dispuesto a luchar aun cansada de presentarse. Esta vez tuvo suerte y la cogieron junto a unos cuantos.

El día de la firma el panorama era distinto. Lo mejor de la sala de espera no eran las sonrisas, sino su sinceridad. Les habían cogido. Entre la llamada del primero y su salida pasaron unos 5 minutos, poco, y aun así su transformación fue absoluta. Aunque salían con la misma sonrisa su alma ahora estudiaba primero de Enajenación Laboral. Taylor percibía el aura que rodeaba aquella sonrisa enferma de desesperanza y con “es lo que hay… qué más da” de tratamiento. “¿Dónde se esconde su mal?”. Su turno era el tercero, y su predecesor salió con la misma cara. “Pero si le han contratado, ¿verdad?”. Su turno. Charla a toda prisa, no hay tiempo que perder. Encima de la mesa:

Contrato: “¡Hola, nuevo empleado! Sabemos que ibas a ser contratado con un sueldo normal-bajo, pero, ¿sabes qué? Se nos ha ocurrido una cosa genial. Vamos a coger un contrato de limpiador y vamos a tacharlo con tipex. Encima ponemos empleado y... ¡Voilà! A los ojos de unos eres solo alguien que limpia, pero a los nuestros eres un empleado normal. Todo lo que debes hacer como empleado -caja, atender, reponer y demás- lo vas a seguir haciendo, tranquilo que nadie te va a quitar tu trabajo, pero así podemos ahorrarnos un dinerillo. Tú sueldo pasa a ser el de limpiador, bajo, pero lo demás sigue igual. Nuestro beneficio por tu dignidad. Firma aquí:”.

Esto no cubría las necesidades básicas de Taylor, pero, ¿qué lo hacía? Firmó ahí.

No vamos a explicar los meses de trabajo día a día. Una breve descripción del entorno: casi dos meses de trabajo en los que tienes suerte si sólo te toca hacer tu trabajo (la parte “no remunerada”) porque te toca con el típico encargado geta que te carga con su trabajo para ir él a rascarse a rascarse los huevos al almacén y vuelve quejándose de los mucho que le sudan las manos; calor, colas tremendas, reposiciones, y metas a veces imposibles; horarios cambiados sin previo aviso; compañeros que ni se quejan ya, recortados por la misma línea de puntos que los anteriores: los que no llevan años enajenados, verdes como el engendro de la imagen, se van transformando poco a poco, doblegándose y empezando a sacar la lengua.

Taylor tuvo suerte: no la echaron, lo dejó. A los dos meses lo más probable era que te echasen a la calle: al estar en “periodo de prueba” te podían pagar poco, después tenían que revisar tu situación. Te echan y cogen a otro.

Una semana antes de dejar aquello tuvo que notificarlo. El trasfondo de la última semana fue dantesco. “Os dejo para irme a un lugar mejor”. Para estudiar, ningún puesto con sueldo normal, no os vayáis a pensar. Se bajan las persianas. Se rompen las bombillas de la tienda. En la caja de repuestos sólo quedan halógenos rojos. La estancia se tiñe del color de la sangre. Las caras de los empleados modelos observan, renegadas de su humanidad, al “desertor”. Las lenguas de estos salivando hambrientas de la luz del entreabrir de la puerta. “¿Te vas?”, “nos dejas”, miradas acechantes, susurros silenciados a la cara. “¿No queda un alma pura? ¿Nadie se va a alegrar de mi salida?”, pensaba Taylor. De este infierno de sombras apreció una figura humana. Aún qué con piel verde y escamosa, su perfil humanizado resistía ante los meses de trabajo deshumanizadores. En la habitación llena de sombras atisbó luz en sus ojos, y con una sonrisa y la lengua en su sitio se dirigió a Taylor: “Mi niña, eres esperanza en estos años. Eres la suerte que nadie tiene, y la fortaleza que todos desean. Vete y no vuelvas si no es con tanta esperanza como para romper el encanto que nos apresa o este mismo podrá alcanzarte y dónde una vez dijiste ‘No caeré’ dirás ‘Que más da’ vendiendo entonces por su beneficio tu dignidad”.

En este relato se han utilizado recursos literarios utilizando el trasfondo de la historia de Taylor. Las metáforas son fantasía. Su situación laboral es realidad.

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